Mi amigo y yo estábamos sentados uno al lado del otro en clase de química. Era un día caluroso y la clase estaba llena. El profesor estaba hablando de la tabla periódica y de cómo los diferentes elementos se pueden combinar para formar diferentes sustancias. No estaba prestando mucha atención porque estaba distraído por el chico sentado delante de mí. Tenía el pelo largo y rubio y unos ojos azules muy bonitos. No podía dejar de mirarlo.
Mi amigo se dio cuenta de que estaba distraído y me dio un codazo. "¿Estás bien?", me preguntó. "Sí", le mentí. "Sólo estoy cansado". El profesor siguió hablando y yo seguí mirando al chico de delante. Estaba tratando de averiguar su nombre, pero no podía verlo por ningún sitio.
De repente, el profesor me llamó. "¿Puedes decirme cuál es la valencia del oxígeno?", me preguntó. Me quedé en blanco. No tenía ni idea. Miré a mi amigo en busca de ayuda, pero él estaba ocupado escribiendo algo en su cuaderno. El profesor suspiró y me dio la respuesta.
Me sentí muy avergonzado y me puse muy rojo. No podía creer que hubiera hecho una pregunta tan estúpida. Me prometí a mí mismo que nunca volvería a distraerme en clase.
Después de clase, mi amigo y yo salimos del edificio y nos dirigimos a casa. Caminábamos en silencio y yo seguía pensando en el chico de la clase de química. Me preguntaba si sería nuevo en la escuela y si tenía novia. No podía dejar de pensar en él.
Cuando llegamos a casa, le conté a mi madre sobre lo que había pasado en la clase de química. Se rió y me dijo que no me preocupara. Me dijo que todo el mundo comete errores y que seguro que aprendería de esta experiencia.
Tenía razón. Aprendí de mi error y me prometí a mí mismo que nunca volvería a distraerme en clase. También me prometí a mí mismo que volvería a ver al chico de la clase de química.