Había una vez un hermoso y tranquilo pueblo llamado Bella-Vista. Estaba situado en las montañas y rodeado de exuberantes bosques. El pueblo estaba lleno de gente amable y trabajadora, y todos se conocían.
Un día, un joven llamado Juan llegó a Bella-Vista. Era un misterioso y solitario extranjero que nadie había visto antes. Juan se instaló en una pequeña cabaña al borde del pueblo y no tenía muchas interacciones con los demás aldeanos.
Los aldeanos tenían curiosidad por Juan y querían saber más sobre él. Pero él era muy reservado y no hablaba mucho. Sin embargo, los aldeanos empezaron a notar algo extraño en Juan. Siempre parecía estar observándolos, como si estuviera vigilándolos.
Un día, Juan desapareció. Los aldeanos lo buscaron por todas partes, pero no pudieron encontrarlo. Empezaron a preocuparse por él y se preguntaban si había pasado algo malo.
Al día siguiente, Juan volvió al pueblo. Estaba sucio y en harapos, y tenía un aspecto horrible. Los aldeanos se sorprendieron al verlo y le preguntaron qué le había pasado.
Juan les contó que había estado perdido en el bosque durante días y que había pasado muchas dificultades. Los aldeanos se sintieron aliviados de verlo de vuelta, y le ayudaron a limpiarse y a vestirse.
Después de eso, Juan empezó a abrirse a los aldeanos. Les contó sobre su pasado y sobre su vida. Los aldeanos se enteraron de que era un hombre inteligente y amable, y empezaron a confiar en él.
Juan se quedó en Bella-Vista y se convirtió en un miembro de la comunidad. Se enamoró de una joven llamada María, y se casaron. Tuvieron una familia y vivieron felices para siempre.